lunes, 13 de junio de 2016

El Lazarillo de Tormes (Lucía Fraile)


El Lazarillo de Tormes

y de sus fortunas y adversidades




  La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades es una novela, más conocida como Lazarillo de Tormes, de la que todos hemos oído hablar y que cada vez adquiere un mayor protagonismo en las conversaciones callejeras de las que todos somos partidarios.

 Para quien aún no esté al tanto, esta es una novela española y anónima, escrita en primera persona y en estilo epistolar (como una sola y larga carta), de la cual, aunque estamos seguros que alguna edición anterior debe andar suelta por ahí, no habíamos empezado a oír hablar hasta este año 1554. En ella se cuenta de forma autobiográfica la vida de un niño llamado Lázaro de Tormes, desde su nacimiento y mísera infancia hasta su matrimonio, ya en la edad adulta.

 Es una literatura completamente distinta a la que estamos acostumbrados. No hay ningún caballero andante ni espadachín apuesto y romántico, ni lugares fantasiosos y demasiado bellos como para ser reales, ni un pensamiento idealizado que no podemos sacar de las páginas de los libros. No, aquí nos presentan a este antihéroe tan peculiar que tenemos de protagonista, un realismo conocido por todos y una ideología moralizante y pesimista. Esta novela es un esbozo irónico y despiadado de nuestra sociedad, y refleja nuestros vicios y actitudes hipócritas; sobre todo las de los clérigos y religiosos.

 No tenemos idea alguna de quién puede ser el autor de esta maravilla, y las teorías que no dejan dormir a los más fanáticos de la obra van desde Juan de Ortega o Diego Hurtado de Mendoza hasta Juan de Valdés o su hermano Alfonso, además del famoso Lope de Rueda, Pedro de Rúa, Hernán Núñez, etc.

 Lo único que tenemos claro del autor es que es (o era) simpatizante de las ideas erasmistas; razón por la cual la Inquisición ha prohibido su lectura. Aunque desde luego eso no ha frenado a los lectores, pues todos tenemos alguna edición bien oculta en un cajón que leemos cada vez que tenemos algo de tiempo.

 Y es que la obra lo merece, pues es una obra artística de primer orden. Lo es por su originalidad, su valor humano, su estilo y su lenguaje: un castellano clásico, al que estamos acostumbrados, modélico, flexible y expresivo, sutilmente irónico, donde abundan las geminaciones y los isocola, y donde no se desprecian y se ponen al mismo nivel el castizo refrán y la cita culta. La desproporción entre la materia y su elaboración por parte del autor se inclina marcadamente en esta última, pero sin denotar, y en eso consiste uno de sus méritos, el esfuerzo que debió suponer.

 La temática del Lazarillo de Tormes es moral: una crítica acerba, incluso una denuncia, del falso sentido del honor ("la negra que llaman honra") y de la hipocresía. La dignidad humana sale muy malparada de la sombría visión que ofrece el autor, nihilista y anticlerical. La vida es dura y cada cual busca su aprovechamiento sin pensar en los otros, por lo que para ser virtuoso hay que fingir ser virtuoso, no serlo.

 El uso de la estructura nunca antes vista, a la que los expertos llaman anular, que acaba concluyendo con lo que se inicia, hace de la novela una obra redonda. El personaje de Lázaro evoluciona, no es plano ni arquetípico: cambia y evoluciona, y va pasando de ser un ingenuo a un cínico redomado, aprendiendo de las lecciones que le da la vida. Tanto es así que el final, lejos de ser positivo, sin embargo, es vivido por el personaje como lo mejor que le podía haber pasado teniendo en cuenta toda la trayectoria vital que le precede. Cada personaje plano, por otra parte, se halla completamente individuado y caracterizado sin maniqueísmo.

 La obra está dividida en siete tratados y cuenta en primera persona la historia de Lázaro González Pérez, un niño de origen muy humilde, aunque sin honra, nacido en un río de Salamanca, el Tormes, como el gran héroe Amadís. Quedó huérfano de su padre, un molinero ladrón, y fue puesto al servicio de un ciego por su madre, una mujer amancebada con un negro que le da a Lázaro un bonito hermanastro mulato.

 Entre "fortunas y adversidades", Lázaro evoluciona desde su ingenuidad inicial hasta desarrollar un instinto de supervivencia.

 Es despertado a la maldad del mundo por la cornada de un toro de piedra, embuste con el que el ciego le saca de su simpleza; pasa luego a servir a un tacaño clérigo de Maqueda que lo mata de hambre; después entra a servir a un hidalgo arruinado cuyo único tesoro son sus recuerdos de hidalguía y de dignidad; más adelante sirve a un sospechoso fraile mercedario, tan amante del mundo que apenas para en su convento y le hace reventar los zapatos; más tarde sirve a un buldero timador; y tras él a un capellán, un maestro de hacer panderos y un alguacil y se hace aguador. Finalmente, Lázaro consigue el cargo de pregonero gracias al arcipreste de la iglesia toledana de San Salvador, quien además le ofrece una casa y la oportunidad de casarse con una de sus criadas, con la finalidad de disipar los rumores que se ciernen sobre él, ya que era acusado de mantener una relación con su criada. Sin embargo, tras la boda los rumores no desaparecen y Lázaro comienza a ser objeto de burla por parte del pueblo. Lázaro sufre la infidelidad con paciencia, después de toda una vida de ver qué es el honor y la hipocresía que encubre la dignidad realmente, ya que eso al menos le permite vivir, y con ello termina la carta.

 En resumen, lo que tenemos hoy entre manos es una obra redonda que, si bien hay que leer a escondidas, merece la pena leer y releer una y otra vez. Y que, y de eso estamos seguros, en un futuro esperemos no muy lejano tendrá una trascendencia cultural y literaria enorme. Y seguramente (y esperemos que así sea), esta es la primera novela de un género que muchos autores imitarán con admiración.


 Esperamos saber algún día el nombre del autor, que se halla ahí fuera y al que nos encantaría conocer, y que nos brindara una segunda parte que devoraríamos sin demora. Aunque, ¡quién sabe! Tal vez nunca sepamos su nombre y todo sea siempre un gran misterio.


Noticia por: Lucía Fraile Fernández.

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